Numerosos son los mitos relativos a los enanos de jardín. Algunos señalan que estos muñecos de yeso encierran vida y que son capaces de los actos más aberrantes, otros los señalan como representantes de la vida extraterrestre. Recientemente han aparecidos unos cuantos que asocian a los enanos de jardín con la vida erótica y no dudan en vivir tórridos romances con ellos.
Alejo Ferras nos cuenta su experiencia: "Todo empezó cuando mi novia me presentó a su abuela. La casa de la vieja estaba rodeada por un jardín y, cargando una eterna carretilla, vi al ser más excitante que haya conocido en mi vida: un enano de jardín. No sé que me impactó, capaz haya sido la postura inclinada o la barba tupida. No importa. Algo raro me ocurría. Sentí que me estallaba una erección en la bragueta, que me explotaba la garcha. No podía disimular. Me tiré ocho baldes de agua fría y nada. No pude contenerme y me lancé sobre en gnomo. Tuvieron que separarnos a palazos"
"No debería resultarnos extraño que un hombre se enamore de una figura inanimada. Muchos mitos y leyendas hablan de hombres que aman estatuas. Incluso algunos matrimonios felices cuentan en su conformación con mujeres que viven en estado vegetal", señala la Lic. Claudia Rojo. "Por otro lado el enano, desde los albores de la historia, ha sido un objeto erótico privilegiado. Son comunes las referencias a sus miembros descomunales; cuando hablo de miembros descomunales no me refiero a matracas de burro, sino a pindongas que parecen la pierna de un bebé".
"Mi mujer es muy caprichosa y se le había puesto en la cabeza tener un jardín", nos cuenta Godofredo Almicar, "Yo le decía que no podíamos afrontar el gasto y que vivíamos en un monoambiente, pero ella no quería entender. Días mas tarde plegó el sofa-cama y trajo un banco de plaza y un enano de jardín. El enano representaba un viejito con barba larga y estaba vestido con un diminuto delantal rojo.Yo no sé bien que pasó... supongo que eran los roces continuos, la convivencia, que sé yo. Ocurre que por falta de espacio el enano dormía con nosotros. Una noche, en que yo había bebido, comenzamos a intimar con mi mujer. Yo estaba como loco: hice cosas que no acostumbraba y gritaba como un poseído. En el momento del climax, le pedí a mi mujer que me penetrara con el enano de jardín. No le puedo explicar la sensación: era como tocar el cielo con las manos. Después terminamos en la guardia de un hospital y aunque me dieron laxante para caballos, no pude despedir a la criatura. Me tuvieron que operar".
Estos testimonios hablan de relaciones enfermizas, de pasiones desaforadas. Al parecer la gnomofilia (las relaciones sexuales con enanos de jardín) se constituye como ardientes encuentros carnales. En nuestra redacción pensamos que esta perversión hunde sus raíces en la caída de la figura del padre y en el calentamiento del planeta. Pensamos que es lícito entubarse a lo que venga, siempre y cuando sea dentro del marco de lo legal. Entonces, si te calientan los enanos de yeso, dales bomba tanto como puedas.
Alejo Ferras nos cuenta su experiencia: "Todo empezó cuando mi novia me presentó a su abuela. La casa de la vieja estaba rodeada por un jardín y, cargando una eterna carretilla, vi al ser más excitante que haya conocido en mi vida: un enano de jardín. No sé que me impactó, capaz haya sido la postura inclinada o la barba tupida. No importa. Algo raro me ocurría. Sentí que me estallaba una erección en la bragueta, que me explotaba la garcha. No podía disimular. Me tiré ocho baldes de agua fría y nada. No pude contenerme y me lancé sobre en gnomo. Tuvieron que separarnos a palazos"
"No debería resultarnos extraño que un hombre se enamore de una figura inanimada. Muchos mitos y leyendas hablan de hombres que aman estatuas. Incluso algunos matrimonios felices cuentan en su conformación con mujeres que viven en estado vegetal", señala la Lic. Claudia Rojo. "Por otro lado el enano, desde los albores de la historia, ha sido un objeto erótico privilegiado. Son comunes las referencias a sus miembros descomunales; cuando hablo de miembros descomunales no me refiero a matracas de burro, sino a pindongas que parecen la pierna de un bebé".
"Mi mujer es muy caprichosa y se le había puesto en la cabeza tener un jardín", nos cuenta Godofredo Almicar, "Yo le decía que no podíamos afrontar el gasto y que vivíamos en un monoambiente, pero ella no quería entender. Días mas tarde plegó el sofa-cama y trajo un banco de plaza y un enano de jardín. El enano representaba un viejito con barba larga y estaba vestido con un diminuto delantal rojo.Yo no sé bien que pasó... supongo que eran los roces continuos, la convivencia, que sé yo. Ocurre que por falta de espacio el enano dormía con nosotros. Una noche, en que yo había bebido, comenzamos a intimar con mi mujer. Yo estaba como loco: hice cosas que no acostumbraba y gritaba como un poseído. En el momento del climax, le pedí a mi mujer que me penetrara con el enano de jardín. No le puedo explicar la sensación: era como tocar el cielo con las manos. Después terminamos en la guardia de un hospital y aunque me dieron laxante para caballos, no pude despedir a la criatura. Me tuvieron que operar".
Estos testimonios hablan de relaciones enfermizas, de pasiones desaforadas. Al parecer la gnomofilia (las relaciones sexuales con enanos de jardín) se constituye como ardientes encuentros carnales. En nuestra redacción pensamos que esta perversión hunde sus raíces en la caída de la figura del padre y en el calentamiento del planeta. Pensamos que es lícito entubarse a lo que venga, siempre y cuando sea dentro del marco de lo legal. Entonces, si te calientan los enanos de yeso, dales bomba tanto como puedas.