Tengo fantasías con un caballo de mar
Desde la antigüedad sirenas, tritones y bagres han despertado la curiosidad sexual de hombres, mujeres y, porque no decirlo, niños. Quizá por esto el sexo con caballitos de mar haya tomado tanta fuerza en nuestros jovenes.
"Me habían contratado en un acuario. Era un lugar tranquilo y más bien húmedo. En una oportunidad mi jefe me pidió que limpie las peceras. Ese día comenzó mi tragedia: conocí a Jack, un fabuloso caballito de mar, que atravesaba las aguas con una potencia y una gallardía propia de un Tarzán. Ojo, a mi siempre me gustaron las minas, pero algo me pasó. Vivía excitado como en la adolescencia y de solo acercarme a las peceras sentía que me estallaba el ganso. Empecé a tener continuos ataques de erección y más de una vez me accidenté cerrando algún cajón. El idilio duró hasta una tarde, cuando mi jefe me sorprendió haciéndole gestos provocativos a Jack. Me echó a patadas del local, no sin antes revelarme que ellos eran amantes desde hacía meses", nos revela Horacio Pelufo, al tiempo que no deja de cruzarse de piernas.
"Desde tiempos inmemoriales el hombre se ha sentido atraído por el mar. Por ejemplo, son innumerables las historias de serpientes acuáticas, que en el fondo revelan fantasías en torno a penes ultra enormes. La atracción por los caballos también es natural. Basta recordar algún capítulo de "Las memorias de una Princesa Rusa" o de "Platero y Yo", donde la tensión sexual alcanza grados casi insoportables. Además es innegable que los amantes del turf solo asisten a las carreras para deleitarse con las musculatura prieta, las carnes bruñidas y sudadas de los caballos", nos adoctrina la Lic. Claudia Rojo.
"Mi esposo le había regalado un caballito de mar a Noelia, nuestra hija. Un Domingo, cuando vuelvo de visitar a mamá, me encuentro con la cama deshecha y al caballito metido en un preservativo. Roberto, mi esposo, no podía explicarme que ocurría. Yo sospechaba algo y estuve llorando tres días y solo me detuve cuando me deshidraté.
Para reconciliarnos, Roberto, me regaló unas medias con portaligas. Por más que intenté no podía meter más que los dedos de los pies en ellas. Entonces él me propuso que tiremos una y que la otra se la pongamos al caballito de mar, para que no se resfríe. Esa fue la gota que desbordó el vaso. Le dije: elegí o el caballito o yo.
Desde hace dos meses estamos separados. Lo último que supe de Roberto era que estaba tomando clases de buceo", cuenta Yamila Pascualli, quien pide mantener su identidad oculta.
La sexualidad humana abunda en desvíos. Ya nadie tiene sexo buscando la reproducción de la especie. Sin embargo, que alguien quiera voltearse o ser volteado por un caballito de mar nos hace anhelar la vuelta de la inquisición. Mientras tanto esperemos que tiempo diga su verdad.

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