Durante confuso procedimiento policial, una banda de forajidos enanos fue arrestado en la víspera, mientras intentaba alzarse con el órgano principal de la Catedral Metropolitana.
El aspecto sospechoso de los forajidos alertó al cabo Jacinto Pedraza, quien realizaba su acostumbrada ronda por la zona. Recordemos que el exquisito instrumento había sido donado a nuestra Ciudad por el Infante Carlos de España, y el cual tuvo que ser traído en 2 barcos por lo voluminoso de su tamaño. Otro tanto ocurrió con el órgano, que atravesó el Atlántico en cuatro barcos.
El cabo primero nos relató los hechos y segundo nos pidió que lo fotografiemos. "Francamente me costó entender que ocurría; vi a unos sujetos de baja estatura intentando alzar un artefacto del tamaño de una locomotora, haciendo palancas con fierros y utilizando una grúa de remolque. Mi primero impulso fue ayudarlos, pero cuando vi que la puerta de la Catedral había sido arrancada de cuajo sospeché. Al acercarme ellos fingieron ser botelleros y me señalaron que habían encontrado esa "chatarra" en un volquete. Estaba casi por abandonar el lugar cuando noté a un sospechoso disfrazado de cura que estaba atado a lo que parecía un caño del artefacto. Sin embargo, uno de los enanos me señaló que se trataba de una despedida de soltero y, a continuación, dio un codazo en el estómago del que estaba atado, codazo que yo entendí como un gesto de complicidad. Lo de la despedida de soltero me explicaba que los enanos usasen antifaces y que vistieran remeras rayadas.
A pesar de estar amordazado, el que estaba atado intentó hacerme entender que algo raro sucedía. Movía los ojos como un poseído e intentaba gritar. Mi primera impresión fue que estaba drogado o alcoholizado. Para hacerle una broma, le dije que para entenderlo primero tenía que sacarse la mordaza, lo cual me hizo ganar algunas risas del grupo. Pensaba seguirle la jarana a esos muchachos que se divertían a costa del amigo. Pero apenas el atado hizo un ademán de querer librarse, otro de los enanos le pegó un puntapié en los testículos y luego todos se le fueron encima para propinarle una golpiza. Pensé que era una malteada. Cuando me yo casé, mis amigos me disfrazaron de prostituta y me obligaron a mantener sexo con 12 marineros. Para mí ya nada es raro en las despedidas. Me parecía que a estos muchachos se les iba un poco la mano, pero los jóvenes a veces necesitan expresar el afecto con mucha emoción. Incluso yo, aprovechando el desorden, le pegué un par de veces con mi cachiporra al pobre infeliz.
Estaba por retirarme cuando una mujer disfrazada de monja salió, también atada, a los saltitos por la escalera de la Catedral. Me dije que esa era la novia y me le acerqué para saludarla. Me hubiese gustado tener arroz para tirarles, pero solo tenía unos cascotes que le había requisado a unos hinchas de jockey sobre hielo. Bueno el tema es que se los arrojé y, por desgracia, casi le saco un ojo a la mujer.
Los enanos seguían forceajeando con el armatoste y el atado yacía desmayado a costado de la Catedral. En eso la mujer me dijo que los estaban asaltando y entendí todo de golpe. Ahí saqué mi arma y les grité:
-Alto!
Esto causo un grave disturbio. Los enanos empezaron a discutir entre ellos, afirmando cada uno ser el destinatario del piropo. Al rato se tomaron a los golpes entre todos, cosa que me hizo fácil reducirlos, valga el eufemismo. Luego los enanos no tuvieron dificultad en entregarse, siempre que se los tratara con altura."
El aspecto sospechoso de los forajidos alertó al cabo Jacinto Pedraza, quien realizaba su acostumbrada ronda por la zona. Recordemos que el exquisito instrumento había sido donado a nuestra Ciudad por el Infante Carlos de España, y el cual tuvo que ser traído en 2 barcos por lo voluminoso de su tamaño. Otro tanto ocurrió con el órgano, que atravesó el Atlántico en cuatro barcos.
El cabo primero nos relató los hechos y segundo nos pidió que lo fotografiemos. "Francamente me costó entender que ocurría; vi a unos sujetos de baja estatura intentando alzar un artefacto del tamaño de una locomotora, haciendo palancas con fierros y utilizando una grúa de remolque. Mi primero impulso fue ayudarlos, pero cuando vi que la puerta de la Catedral había sido arrancada de cuajo sospeché. Al acercarme ellos fingieron ser botelleros y me señalaron que habían encontrado esa "chatarra" en un volquete. Estaba casi por abandonar el lugar cuando noté a un sospechoso disfrazado de cura que estaba atado a lo que parecía un caño del artefacto. Sin embargo, uno de los enanos me señaló que se trataba de una despedida de soltero y, a continuación, dio un codazo en el estómago del que estaba atado, codazo que yo entendí como un gesto de complicidad. Lo de la despedida de soltero me explicaba que los enanos usasen antifaces y que vistieran remeras rayadas.
A pesar de estar amordazado, el que estaba atado intentó hacerme entender que algo raro sucedía. Movía los ojos como un poseído e intentaba gritar. Mi primera impresión fue que estaba drogado o alcoholizado. Para hacerle una broma, le dije que para entenderlo primero tenía que sacarse la mordaza, lo cual me hizo ganar algunas risas del grupo. Pensaba seguirle la jarana a esos muchachos que se divertían a costa del amigo. Pero apenas el atado hizo un ademán de querer librarse, otro de los enanos le pegó un puntapié en los testículos y luego todos se le fueron encima para propinarle una golpiza. Pensé que era una malteada. Cuando me yo casé, mis amigos me disfrazaron de prostituta y me obligaron a mantener sexo con 12 marineros. Para mí ya nada es raro en las despedidas. Me parecía que a estos muchachos se les iba un poco la mano, pero los jóvenes a veces necesitan expresar el afecto con mucha emoción. Incluso yo, aprovechando el desorden, le pegué un par de veces con mi cachiporra al pobre infeliz.
Estaba por retirarme cuando una mujer disfrazada de monja salió, también atada, a los saltitos por la escalera de la Catedral. Me dije que esa era la novia y me le acerqué para saludarla. Me hubiese gustado tener arroz para tirarles, pero solo tenía unos cascotes que le había requisado a unos hinchas de jockey sobre hielo. Bueno el tema es que se los arrojé y, por desgracia, casi le saco un ojo a la mujer.
Los enanos seguían forceajeando con el armatoste y el atado yacía desmayado a costado de la Catedral. En eso la mujer me dijo que los estaban asaltando y entendí todo de golpe. Ahí saqué mi arma y les grité:
-Alto!
Esto causo un grave disturbio. Los enanos empezaron a discutir entre ellos, afirmando cada uno ser el destinatario del piropo. Al rato se tomaron a los golpes entre todos, cosa que me hizo fácil reducirlos, valga el eufemismo. Luego los enanos no tuvieron dificultad en entregarse, siempre que se los tratara con altura."