La virgen llorona
Milagro de la Fe
Sierra del Carpintero es un pueblo pequeño, de 432 habitantes. En torno a la plaza principal se encuentran un edificio gubernamental, la iglesia de Nuestra Señora La Señora de los Lamentos, la comisaría y algunos caseríos.
El villorrio se hizo de dominio público a fines del año pasado, cuando Amalia del Rozco fue testigo de una de las muchas apariciones de la Virgen de los Lamentos. Para un pueblo sin industria o comercio y cuyo único atractivo turístico es "La Semana de la Arveja", una festividad donde se rinde tributo al vegetal y donde el plato fuerte son las carreras de embolsados, una virgencita aparecedora es, cuanto menos, una solución.
La" virgencita llorona", como la llaman sus devotos, se encuentra ubicada al lado del púlpito de la única iglesia, donde el padre Don Evaristo Cipreses dicta sus sermones semana a semana, con escasa afluencia de público y críticas bastantes adversas. Por ejemplo, "El pregón del Tartamudo", el único diario de la zona, dijo en su sección de espectáculos "misas pasajeras y repetidas, con falta de convicción en la oratoria y una pobre escenografía; si quiere llorar, no puede perdérsela". Los malintencionados señalan que los lacrimosos sermones del padre son justamente los provocadores del milagro. Cuentan que a mediados del pasado año, conmemorando los tres meses de la muerte de un lugareño, Don Cipreses puso tanto énfasis en su discurso que la virgen se largó a llorar como una desconsolado y ni las morisquetas de los monaguillos o los dulces que ofrecieron los fieles pudieron poner fin a la desdicha de la pobre. Solo cuando las lágrimas comenzaron a encogerle el vestido paró de llorar, aunque anduvo semanas haciendo pucheros y largándose a moquear cuando nadie la observaba.
Claro que ahí no concluyeron las apariciones. Amalia del Rozco, una joven que sufría de crónicos desengaños amorosos, aprovechó la tranquilidad siestera del pueblo, para contarle sus penas a la virgencita. La chica, soltera, estaba embarazada y su pareja no quería hacerse cargo de la criatura. Pero eso no era lo peor: era la quinta vez que la preñaban en ese año y su padre ya comenzaba a pensarla un poco promiscua. La chica se disculpaba con la virgencita diciendo que era de embarazo fácil.
Acaso fue la tristeza de la joven, acaso fue que la iglesia estaba casi desierta por el calor de Febrero, pero lo cierto es que la virgen hizo otra de sus apariciones: en esa oportunidad evitó el llanto y eligió cantarse una milonga.
La noticia se hizo escuchar hasta los pueblos cercanos, medio porque los fieles difundieron la buena nueva y medio porque la virgen desafinaba terriblemente y sus chillidos de chancha parturienta se escuchaban a kilómetros de distancia. Era tan horrible su cantar que la joven tuvo un aborto espontáneo de la impresión y todos hablaron de milagro.
A partir de ahí comienza la historia conocida. Enfermos, rengos y pelados organizan una procesión hasta Sierra del Carpintero, para conocer a la "virgencita milagrera". Recorren largas distancias, solo avanzando de rodillas y con la cabeza entre las piernas. Tardan tres meses en acortar el camino al pueblo. Algunos desertan y se dedican al hinduismo y ganan fama como fakires. Los más piadosos continúan su marcha inflexible en la búsqueda del milagro. Una mañana de Junio arriban a la plaza principal, donde todo el pueblo los espera alborotado. La llegada de este contingente hace pensar en un resurgimiento del pueblo a través de la explotación turística. Prevenidos, cada habitante de Sierra del Carpintero ha levantado un puestito donde oferta sus productos regionales: tortillas de arvejas, pasteles de arvejas, dulces de arvejas y estimuladores vaginales para menopausicas.
Los penitentes ignoran esos puestos y se dirigen a la iglesia y reclaman milagros frente al altar. Piden ser curados de pestes, de sufrimiento y de calvicie. La virgencita parece no escuchar los ruego y el padre Cipreses comienza a transpirar. "Una virgen milagrera que no hace milagro es mal negocio", piensa. El mismo padre se suma a los ruegos, obteniendo los nulos resultados. Los penitentes, ofuscados por el engaño, se dan a la retirada, no sin antes incendiar el pueblo.
Pasada la tragedia, el padre Cipreses reclama a la virgen su presencia. Están solos en la iglesia y nadie puede escucharlo. La virgencita vuelve a aparecer, rodeada de un halo celestial y comienza a desafinar un tango. El padre Cipreses comprende, entonces, que algunas vírgenes son como los chicos, que joden todo el día pero, cuando hay visitas, basta uno les pida que hagan algo para que se queden calladitas.

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