Me froto con la ropa del vecino:
La Perversión de la modernidad
La Perversión de la modernidad
Señala un viejo refrán que "la ropa sucia se lava en casa". Sin embargo, para algunos, "la ropa del vecino se frota en casa". Este es el caso de innumerables sujetos que encuentran placer frotándose con las prendas de sus vecinos.
"Todo empezó hace algunos años. Me había mudado a un edificio de departamentos. A las semanas, me invitaron a una reunión de consorcio. Pensé asistir, y de ese modo presentarme en el lugar. La reunión no tuvo nada de sobresaliente; se habló de la posibilidad de pintar los pasillos. Claro que un detalle, mínimo, acaparó mi atención. El vecino de 5 "G" tenía desabrochado el pantalón, aspecto que me causó cierta sorpresa. Esa abertura en las ropas me llamaba como el canto de una sirena. Debí reprimir un impulso salvaje. Desea arrojarme sobre él y arrancarle la ropa", explica Salvador A., "No quiero que se me confunda con un homosexual. No me interesaba mi vecino, me interesaba su ropa. Frotarme con contra su ropa como un perro salvaje, para ser más exacto. A partir de ese momento comencé a frecuentar la terraza, donde fingía leer o tomar baños de sol. Era sospechosa mi actividad, dado que estábamos invierno y las heladas alcanzaban los 12 grados bajo 0. No me importaba: esperaba el anhelado momento en que mi vecino tendiese su ropa y así satisfacer lo que era una obsesión".
"Se nos enseña a no desear la mujer del prójimo. Debemos entender que, en esta consideración, la mujer es tomada como una posesión, como puede serlo una vivienda o una herramienta", explica la lic. Claudia Rosso, "Pero si no debemos desear a su mujer ¿podemos desear su ropa? Vivimos en época donde la imagen es lo más deseable, entonces parece justificado que alguien quiera tener relaciones sexuales con prendas de vestir, aquello que forma nuestra imagen. No deberíamos juzgar moralmente esta actividad, sino ayudar ¿Cómo? Los profesionales podemos ayudar tendiendo una mano, mientras que la gente común (el vulgo) podría ayudar tendiendo su ropa".
"Los caminos de la vida me llevaron a trabajar de repartidor en un supermercado. Un anciano, que era vecino, que realizaba sus compras a diario en el lugar. Cierta mañana, seguramente cansado, pidió que le trajeran un silla. Se lo veía pálido. Mi jefe solicitó que me quedará con el hombre mientras se reponía. Ese anciano, que bien podría ser mi abuelo, resultó tener un cruce de piernas que sería la envidia de Sharon Stone. Sus ropas, gastadas y fuera de moda, revoloteaban prometiendo las más intensas sensaciones", relata Alberto G., actualmente frotador en recuperación, "A las semanas comprendí que, descolgándome por los techos del supermercado, podía introducirme en la terraza del anciano y, desde ahí, en su casa. No quería provocarle daño. Solo necesitaba frotarme contra su ropa. Y llegó el día en que me decidí. En pocos minutos me introduje en su habitación y me arrojé contra su ropero. Había boinas, remendados pantalones grises y baratas camisas del tipo leñador. No sabía por dónde empezar. Primero tomé unos calzones largos y me los probé. Estaba tan excitado que solo escuchaba el palpitar de mi corazón. No pude ver cuando él entró. Me sorprendió frotándome con unas pantuflas y una camiseta musculosa. El anciano estaba tranquilo. Tan solo dijo "hace días que tengo la ventana abierta, pensé que nunca te decidirías". Ahora, cuando salgo de trabajar, voy a su casa y me pongo sus ropas íntimas. Luego, tomamos una caña o una ginebra y conversamos. A nuestro modo, somos felices".
Desde la redacción de Solo Enanos pensamos que los modos de obtener placer son inciertos. Podemos afirmar que en cada humano hay una perversión ¿Qué importa que alguien quiera hacer de nuestra ropa su compañero de juegos sexuales? Nada de esto debería preocuparnos. Quizá más angustiante sea que alguien quiera deleitarse con el contenido de nuestras ropas. Y eso sucede a diario.
"Todo empezó hace algunos años. Me había mudado a un edificio de departamentos. A las semanas, me invitaron a una reunión de consorcio. Pensé asistir, y de ese modo presentarme en el lugar. La reunión no tuvo nada de sobresaliente; se habló de la posibilidad de pintar los pasillos. Claro que un detalle, mínimo, acaparó mi atención. El vecino de 5 "G" tenía desabrochado el pantalón, aspecto que me causó cierta sorpresa. Esa abertura en las ropas me llamaba como el canto de una sirena. Debí reprimir un impulso salvaje. Desea arrojarme sobre él y arrancarle la ropa", explica Salvador A., "No quiero que se me confunda con un homosexual. No me interesaba mi vecino, me interesaba su ropa. Frotarme con contra su ropa como un perro salvaje, para ser más exacto. A partir de ese momento comencé a frecuentar la terraza, donde fingía leer o tomar baños de sol. Era sospechosa mi actividad, dado que estábamos invierno y las heladas alcanzaban los 12 grados bajo 0. No me importaba: esperaba el anhelado momento en que mi vecino tendiese su ropa y así satisfacer lo que era una obsesión".
"Se nos enseña a no desear la mujer del prójimo. Debemos entender que, en esta consideración, la mujer es tomada como una posesión, como puede serlo una vivienda o una herramienta", explica la lic. Claudia Rosso, "Pero si no debemos desear a su mujer ¿podemos desear su ropa? Vivimos en época donde la imagen es lo más deseable, entonces parece justificado que alguien quiera tener relaciones sexuales con prendas de vestir, aquello que forma nuestra imagen. No deberíamos juzgar moralmente esta actividad, sino ayudar ¿Cómo? Los profesionales podemos ayudar tendiendo una mano, mientras que la gente común (el vulgo) podría ayudar tendiendo su ropa".
"Los caminos de la vida me llevaron a trabajar de repartidor en un supermercado. Un anciano, que era vecino, que realizaba sus compras a diario en el lugar. Cierta mañana, seguramente cansado, pidió que le trajeran un silla. Se lo veía pálido. Mi jefe solicitó que me quedará con el hombre mientras se reponía. Ese anciano, que bien podría ser mi abuelo, resultó tener un cruce de piernas que sería la envidia de Sharon Stone. Sus ropas, gastadas y fuera de moda, revoloteaban prometiendo las más intensas sensaciones", relata Alberto G., actualmente frotador en recuperación, "A las semanas comprendí que, descolgándome por los techos del supermercado, podía introducirme en la terraza del anciano y, desde ahí, en su casa. No quería provocarle daño. Solo necesitaba frotarme contra su ropa. Y llegó el día en que me decidí. En pocos minutos me introduje en su habitación y me arrojé contra su ropero. Había boinas, remendados pantalones grises y baratas camisas del tipo leñador. No sabía por dónde empezar. Primero tomé unos calzones largos y me los probé. Estaba tan excitado que solo escuchaba el palpitar de mi corazón. No pude ver cuando él entró. Me sorprendió frotándome con unas pantuflas y una camiseta musculosa. El anciano estaba tranquilo. Tan solo dijo "hace días que tengo la ventana abierta, pensé que nunca te decidirías". Ahora, cuando salgo de trabajar, voy a su casa y me pongo sus ropas íntimas. Luego, tomamos una caña o una ginebra y conversamos. A nuestro modo, somos felices".
Desde la redacción de Solo Enanos pensamos que los modos de obtener placer son inciertos. Podemos afirmar que en cada humano hay una perversión ¿Qué importa que alguien quiera hacer de nuestra ropa su compañero de juegos sexuales? Nada de esto debería preocuparnos. Quizá más angustiante sea que alguien quiera deleitarse con el contenido de nuestras ropas. Y eso sucede a diario.