Es sabido que el hombre acostumbra a ponerle nombre a su miembro. Esta es una práctica usual y extendida en el mundo entero. Pero ésta también puede ser causa de sinsabores en la vida amorosa. De acuerdo a recientes estadísticas de la OMS, el 88,3% de los hombres han bautizado, de alguna manera, a su pene. De ese porcentaje, más de un 50% ha revelado que la mala elección en la denominación ha afectado su vida intima, lo cual se ha traducido en casos de impotencia o falta de respuesta en el momento del amor. En cambio, aquellos que han optado por un nombre adecuado, tienen una vida sexual plena y libre de problemas. Entonces, ¿Cómo elegir el nombre de nuestra hombría sin caer, luego, en disfunciones o problemas erectiles?
Consejos previos
Poner un nombre nunca es fácil y no debe tomárselo a la ligera. Cuando pensemos un apelativo con el que nos gustaría llamar a nuestro miembro, debemos tener en cuenta algunas variables. Recordemos que un nombre es una marca, algo que el nombrado deberá portar durante mucho tiempo.
Un dato a tener en cuenta es que el nombre sea representativo. Por ejemplo, muchos son los que optan por un diminutivo de su propio nombre. Es así que prosperan los “pablito”, “robertito” o “carlitos”. Sin bien estas denominaciones aparentan ser afectuosas, no dejan de portar un cierto descrédito. Por otra parte, aquel que nombra, parece desentenderse de su tarea, lo cual puede ser entendido como una falta de atención o afecto, cosa que puede tener incidencia en los sentimientos del nombrado.
Otros optan por nombres rimbombantes como “General Mc. Arthur”, “Duque de Hazzard” o simplemente “Su Majestad”. En estos casos se trasluce la evidente admiración por el propio sexo. Claro que también imponen una cierta expectativa, no siempre fácil de tolerar, que muchas veces tienen un valor de inhibición.
También se comete el error de elegir nombres de moda, en general tomados de la televisión o del cine. De ese modo han hecho aparición apelativos como “Alien”, “Depredador” o “El crucero del amor”. Estas denominaciones, si bien atractivas, son pasajeras y prontas a caer en el olvido. Y este olvido puede ser vivido de manera dolorosa por nuestras masculinidades.
Como elegir el nombre
Es dable a pensar que la elección de esta denominación no debe ser una actividad solitaria. Los mejores resultados se obtienen de la elección compartida. Una posibilidad es apelar a la experiencia de los mayores y de las figuras de autoridad. Padres, jefes y administradores de consorcios son los mejores candidatos para este tipo de consulta. Por otra parte debemos evitar tomar este tipo de decisiones en vestuarios de clubes y gimnasios, dado que son sitios prontos a la broma y al chascarrillo fácil.
Otra opción es consultar al beneficiado. Algunos hombres han referido que el dialogo directo con el miembro y la observación de sus reacciones, cuando se menciona la denominación, ha tenido un resultado exitoso. Por ejemplo, si al expresar un nombre, el miembro no da muestras de vida, será mejor olvidar esa elección. Ahora, si el miembro se muestra vivaz y fiestero, estaremos seguros que hemos dado con el mote correcto.
Un grupo menor ha señalado que el uso de tableros ouijas o guijas, común entre los espiritistas, ha facilitado la tarea: en esas situaciones es el propio miembro quien opta por el nombre.
Para concluir, elegir un nombre es una actividad de mucha responsabilidad. Es preferible tomarnos tanto tiempo como sea necesario y no ser apresurados. De lo contrario podemos ganarnos la enemistad de aquel que debe ser nuestro mayor aliado.
Consejos previos
Poner un nombre nunca es fácil y no debe tomárselo a la ligera. Cuando pensemos un apelativo con el que nos gustaría llamar a nuestro miembro, debemos tener en cuenta algunas variables. Recordemos que un nombre es una marca, algo que el nombrado deberá portar durante mucho tiempo.
Un dato a tener en cuenta es que el nombre sea representativo. Por ejemplo, muchos son los que optan por un diminutivo de su propio nombre. Es así que prosperan los “pablito”, “robertito” o “carlitos”. Sin bien estas denominaciones aparentan ser afectuosas, no dejan de portar un cierto descrédito. Por otra parte, aquel que nombra, parece desentenderse de su tarea, lo cual puede ser entendido como una falta de atención o afecto, cosa que puede tener incidencia en los sentimientos del nombrado.
Otros optan por nombres rimbombantes como “General Mc. Arthur”, “Duque de Hazzard” o simplemente “Su Majestad”. En estos casos se trasluce la evidente admiración por el propio sexo. Claro que también imponen una cierta expectativa, no siempre fácil de tolerar, que muchas veces tienen un valor de inhibición.
También se comete el error de elegir nombres de moda, en general tomados de la televisión o del cine. De ese modo han hecho aparición apelativos como “Alien”, “Depredador” o “El crucero del amor”. Estas denominaciones, si bien atractivas, son pasajeras y prontas a caer en el olvido. Y este olvido puede ser vivido de manera dolorosa por nuestras masculinidades.
Como elegir el nombre
Es dable a pensar que la elección de esta denominación no debe ser una actividad solitaria. Los mejores resultados se obtienen de la elección compartida. Una posibilidad es apelar a la experiencia de los mayores y de las figuras de autoridad. Padres, jefes y administradores de consorcios son los mejores candidatos para este tipo de consulta. Por otra parte debemos evitar tomar este tipo de decisiones en vestuarios de clubes y gimnasios, dado que son sitios prontos a la broma y al chascarrillo fácil.
Otra opción es consultar al beneficiado. Algunos hombres han referido que el dialogo directo con el miembro y la observación de sus reacciones, cuando se menciona la denominación, ha tenido un resultado exitoso. Por ejemplo, si al expresar un nombre, el miembro no da muestras de vida, será mejor olvidar esa elección. Ahora, si el miembro se muestra vivaz y fiestero, estaremos seguros que hemos dado con el mote correcto.
Un grupo menor ha señalado que el uso de tableros ouijas o guijas, común entre los espiritistas, ha facilitado la tarea: en esas situaciones es el propio miembro quien opta por el nombre.
Para concluir, elegir un nombre es una actividad de mucha responsabilidad. Es preferible tomarnos tanto tiempo como sea necesario y no ser apresurados. De lo contrario podemos ganarnos la enemistad de aquel que debe ser nuestro mayor aliado.